BIOGRAFÍA DE SADDAM HUSSEIN
Fecha de nacimiento: 28 de abril de 1.937.
Lugar: Takrit (Irak).
Profesión: Abogado, político, licenciado en Derecho.
Actividad: Presidente de la República de Irak.
Organización: Secretario general del partido BAAS[1].
Datos relevantes:
1.968. Elegido secretario adjunto del partido BAAS.
1.969. Mes de noviembre: Nombrado vicepresidente del Consejo de Mando Supremo de la revolución.
1.979. 16 de julio. Asume los títulos de Jefe de Estado, Presidente del Consejo de Mando Supremo de la Revolución. Primer ministro, Comandante de las Fuerzas Armadas y Secretario general del BAAS.
1.980. 22 de septiembre al 20 de septiembre de 1988. Guerra Irán-Irak.
1990. 2 de agosto. Ordena la invasión de Kuwait.
1991. 15 de enero. Comienza la Guerra de las fuerzas multinacionales contra Irak.
1991. 25 de febrero. Ordena la retirada de su ejército de Kuwait.
1991. 27 de febrero. Acepta las resoluciones de la ONU.”[2]
“Las primeras proezas de Saddam Hussein a favor del Partido Baas han sido elevadas a la categoría de leyenda. A los 22 años, él fue escogido para dirigir lo que resultó un frustrado intento de asesinato contra el Presidente de Irak. Él escapó a Egipto; volvió a Irak en 1963 cuando el Partido Baas llegó al poder; fue encarcelado desde 1964 hasta 1966, cuando el gobierno baasista fue derribado en un golpe de estado; y entonces escapó de la prisión.
Cuando el Partido Baas recuperó el control en 1968, Saddam Hussein vino a ser, a la edad de 31 años, un líder en Irak. Bajo el patrocinio de su primo hermano mayor Albakr, Saddam llegó a ser miembro del Concilio de Comando Revolucionario en 1969, y vicesecretario general del Partido Baas en 1977. Más tarde fue nombrado vicepresidente del Concilio del Comando Revolucionario, en cuerpo de nueve miembros que legislaban por decreto. Pocas semanas después de llegar a ser presidente de Irak en 1979, Saddam Hussein ejecutó a algunos de sus amigos más íntimos y correligionarios de Partido Baas, que estaban en el poder. Los videos de la reunión en la que los “traidores” fueron nombrados muestra a Hussein leyendo sus nombres en una lista, pausando para tomar bocanadas de un tabaco mientras que los miembros de la audiencia se revolvían en sus asientos. Luego que sus nombres fueron pronunciados, a los supuestos conspiradores se les hizo salir y fueron asesinados. Saddam Hussein había comenzado su patrón de gobierno por la fuerza”.5
“El 17 de julio (fiesta nacional del iraquí desde entonces) del año 1968, tiene lugar el golpe de Estado. Al general Aref, muerto en accidente, le ha sucedido su hermano, lo que permite que, por una vez, el golpe no sea cruento. Saddam Hussein se presenta en el palacio presidencial acompañado de su hermano Barzan en un carro de combate, y el dictador es, enviado como embajador a Marruecos.
El general El Bakr es nuevo presidente del país y Saddam Hussein vicepresidente, a la vez que Secretario General Adjunto del Partido. Además aprovecha para terminar la carrera que iniciara en el Cairo y se licencia en Derecho. No se sabe de dónde saca tiempo para preparar los exámenes, puesto que de hecho es él quien gobierna, desde detrás de la figura paternal de El Bakr.
Su primera preocupación es purificar el Partido y eliminar a la oposición. No conoce límites en la metodología cuando se trata de neutralizar a sus enemigos, es capaz de pactar con el diablo y de matar a su propio padre, si hubiera vivido y se le hubiera enfrentado. A los pocos días de tomar el poder manda realizar una ceremonia macabra, la ejecución de cien adversarios políticos en público. Un espectáculo digno de la edad media”[3]
Esta carrera de asesinatos perpetrado por el mismo Saddam viene desde sus inicios.
“La biografía de Saddam Hussein tiene todos los elementos de una historia ejemplar para sus partidarios, o de una trayectoria diabólica para sus adversarios. Puede resumirse en dos líneas diciendo que es el ascenso de un don nadie, un pobre campesino de provincias, que llega a ser el amo absoluto de su país. Y en esas dos líneas se pueden intercalar todos los panegíricos y todas las condenas que se quieran. Porque no se llega del surco al palacio presidencial de un rico país petrolífero sin notables cualidades personales. Pero tampoco se puede recorrer este camino en Oriente Medio sin dejar tras sí una estela de cadáveres”[4]
Aunque se trata de justificar un poco la cantidad de crímenes dejados en su trayectoria para llegar al poder y mantenerse, es de considerar su corazón desprovisto de misericordia aún hasta de su propia familia.
Cuenta Ahmad Rafat, enviado especial de Tiempo*, que en los alrededores del año 1968 fue enviado a Irak con una delegación de políticos donde tuvo la ocasión de conocerle, cuando Saddam contaba con 31 años de edad cuando todavía no ostentaba los cargos que tiene actualmente, en una entrevista en su casa, dice: “. Y desde entonces, si se estudian sus movimientos, sus alianzas, y sus guerras, todas van en esta dirección. Aunque no es el único que piensa de este modo en el interior del mundo árabe, es uno de los pocos que ha tenido el coraje, o mejor dicho la locura, de querer dar cuerpo a este sueño.
El mayor error de Sadam no ha sido tanto su deseo de convertirse en el líder del renacimiento árabe, sino querer realizar este sueño a través de la violencia. Su falta de escrúpulos no conoce límites. Nunca los ha tenido, y tampoco lo ha pretendido nunca. Me viene a la memoria una afirmación suya, que todavía hoy continúa impresionándome. Hablando de la fidelidad la ideología baasista y su interés ilimitado en el Partido, Sadam nos comentó un episodio de su juventud. Sin ningún pudor admitió haber matado a su cuñado, cuando contaba poco más de veinte años, porque éste, que simpatizaba con la ideología comunista, criticó la ideología nacionalista del Partido Baas. Sadam lo mató a navajazos, en casa del tío suegro después de un almuerzo familiar”[5]
El 23 de febrero de 1996, fueron asesinados los dos yernos de Saddam Hussein, el general Iraquí Hussein Kamel Hassan de 37 años, quien ejerció el cargo de ministro de Industria y jefe del programa militar secreto iraquí, con todo su bagaje de armas químicas, bacteriológicas, balística y nucleares; y Saddam Kamel Hassan Al-Majid que “no tuvo tiempo de descubrir si el enorme parecido físico con el presidente iraquí era un don o una desgracia que el destino puso en su camino. Era menos conocido que su hermano Hussein, sin embargo se las arregló desde joven para seguir los pasos, casándose con Rana, la otra hija del mandatario iraquí. También había ocupado cargos muy delicados, como proteger la integridad y la vida del presidente, hasta que partió junto con Hussein a Amman. Allí conservó bajo perfil hasta que, siempre siguiendo a su hermano, volvió a Irak para encontrar la muerte”[6]
“ASESINADOS POR SU TÍO CUATRO NIETOS DE SADDAM HUSSEIN”.
Una radio de oposición indicó que los hijos de los yernos ultimados en febrero pasado, así como otros miembros de la familia no identificados, fueron muertos por Udai, hijo del presidente iraquí, por presunta traición.
TEHERÁN, 8 (ANSA). Una radio de la oposición iraquí captada en Irán dijo que cuatro nietos de Saddam Hussein, hijos de sus yernos asesinados en febrero de este año tras regresar de Jordania, fueron a su vez masacrados.
El propio hijo del presidente iraquí, Udai, tío de los niños, sería el responsable directo del crimen. Otros dos hijos de los yernos de Saddam, agrego la emisora, fueron muertos con sus padres, al igual que otros miembros de la familia. La noticia fue dada por Radio Irak, y retomada hoy por varios diarios iraquíes. Pero hasta este momento no hay confirmaciones de otras fuentes. La radio también dijo que Udai “tomo bajo su vigilancia” a las hermanas Raghda y Rahna, viudas de los yernos de Saddam, que se habían refugiado con ellos en Jordania el año pasado. Los dos hombres, el general Hussein Kamel y su hermano Saddam, tras llegar a Ammán pidieron a las fuerzas de la oposición que se unieran a ellos para combatir el régimen de Bagdad, pero no tuvieron ningún apoyo. En febrero, en forma inesperada, decidieron volver al país donde algunos días después fueron asesinados”
Saddam Hussein: “No fui yo quien ordenó las muertes”
“Bagdad, mayo 8. (Reuter). El presidente iraquí Saddam Hussein dijo que no dio su consentimiento para el asesinato del desertor Hussein Kamel Hassan, pero que el honor familiar, mancillado por la traición, debía ser limpiado. “Si me hubieran preguntado lo hubiera impedido, pero fue bueno que no lo hicieran”, expresó Saddam en comentarios publicados hoy por la prensa estatal” [7]
Manifestaciones como estas en apoyo al régimen de Saddam Hussein ocurre cada vez que por alguna circunstancia se ve en serios peligros de conflicto bélico. La fotografía[8] que a continuación se presenta, muestra la escena, cuando los Estados Unidos, en noviembre del 1997, amenazaba con bombardear instalaciones iraquíes donde presuntamente se escondían materiales para la fabricación de armar químicas y bacteriológicas.
Todas estas evidencias que estamos presentando de su acción y conducta son claras del hombre sin afecto natural, cruel, vanaglorioso, soberbio, impíos, implacable, intemperante, aborrecedor de lo bueno, traidor, impetuoso, infatuado, amador de los deleites más que de Dios, que tiene apariencia de piedad pero niega con sus hechos la virtud de ella, por eso bien dice la profecía acerca de él. “Cuando los transgresores lleguen al colmo, se levantará un rey altivo de rostro y entendido en enigmas”[9] que reunirá en él mismo todas las cualidades del hombre de los últimos tiempos.
SADDAM HUSSEIN ¿TRASTORNO NARCISISTA DE LA PERSONALIDAD?
Por José Miguel López-Ibor Aliño (psiquiatra)
“Son muchas las veces que nos preguntan a los especialistas cómo es Saddam Hussein, y han sido varios los que han intentado aproximarse al personaje con sus conocimientos psiquiátricos y psicológicos.
Es unánime la consideración de la imposibilidad de establecer un diagnóstico de locura. Saddam Hussein no está loco como no lo estaba Hitler ni otros dirigentes que tenían las mismas conductas y características psicológicas. Es enorme la distancia entre estos personajes y, por ejemplo, Luis II de Baviera. Este último sí que estaba enfermo y por lo tanto hizo cosas muy diferentes. De Hitler hay una literatura abrumadora sobre su psicología.
Se trato de analizar desde todos los ángulos psiquiátricos. Es más, y lo he contado en otras ocasiones, a Hitler sí que le entrevisto personalmente un psiquiatra, Una de las grandes figuras europeas y mundiales de la especialidad, Kurt Schneider, tras una larga entrevista personal con motivo del tratamiento de un amigo de Hitler, el psiquiatra llegó a la conclusión de que no se trataba de un enfermo.
Sin embargo, en este tipo de personas se dan unos rasgos de conducta ciertamente extraños, distintos al resto de los normales y que llaman la atención. Por eso se han manejado palabras como psicopatía o paranoia.
Partiendo de la realidad de la imposibilidad de un diagnóstico psiquiátrico, lo que se puede intentar es clasificarlo entre los tipos de personalidades anormales que describimos los especialistas. Guimón hizo en un diario madrileño un lucido análisis de este tipo; veamos algunos de los rasgos que más destacan en este personaje.
En primer lugar su imagen, y sobre todo la necesidad que tienen los que le rodean de imitar su aspecto. Por ejemplo el conocido bigote. Es también muy manifiesta la necesidad que ha mantenido de ser él, y solamente él, el protagonista de la historia. Todo lo que invoca para justificar sus actos pasa por su persona.
En términos generales y vulgares, está como iluminado. Sólo él tiene la razón y sólo él sabe cómo aplicarla.
Se dice que es posible que algunas órdenes no hayan sido cumplidas por sus subordinados, ¿Dio la orden de usar armas químicas y sus generales no le hicieron caso? Es posible, aunque no sé si se sabrá algún día la verdad.
Es manifiesta también la necesidad que tiene de ser él, insisto, el único que toma las decisiones. Todos sus allegados tienen que consultarle todo. Los viajes continuos del Ministro de Asuntos Exteriores, como un correo, sin poder tomar decisiones, indican este aserto. También su enorme desconfianza hacía los demás, como las dudas que han tenido algunos de sus embajadores, por ejemplo: El embajador ante Naciones Unidas ha dudado al transmitir algunas de sus órdenes, probablemente porque no estuvieron del todo claras.
Llama también la atención la grandiosidad de su conducta, aun cuando esta característica esté matizada por la cultura en la que está inmerso.
Todos estos rasgos, y algunos más que dejo al análisis del lector, inducen a pensar que su personalidad se acerca a un trastorno narcisista de la personalidad. Este trastorno se caracteriza, según la clasificación que hacen los norteamericanos en el DSM-III R, por una pauta generalizada de grandiosidad (en fantasía o en conducta), por falta de empatía e hipersensibilidad a la evaluación de los demás, que se hace patente en la vida adulta y que se da en diversos contextos.
Criterios para el diagnóstico del trastorno narcisista de la personalidad.
Una pauta generalizada de grandiosidad (en fantasía o conducta), falta de empatía e hipersensibilidad a la evaluación de los demás, que se hace patente desde el inicio de la vida adulta y que se da en diversos contextos. Esta pauta se manifiesta al menos por cinco de las siguientes características:
1) El sujeto reacciona a las criticas con sentimiento de rabia, vergüenza o humillación (aunque no los expresa);
2) Tiende a la explotación interpersonal, es decir, se aprovecha de los demás para conseguir sus propios fines;
3) Posee un sentimiento grandioso de la propia importancia; por ejemplo, exagera los logros y las capacidades y espera ser considerado como “especial” a pesar de no haber hecho nada para merecerlo;
4) Considera que sus problemas son únicos y que pueden ser entendidos sólo por otros individuos también especiales;
5) Está preocupado por fantasías de éxitos, poder, brillo, belleza o amor ideal ilimitados;
6) Posee un sentimiento de “categoría”, es decir, una expectativa irrazonable de recibir un trato especialmente favorable; por ejemplo, cree que no debe esperar en la cola como los demás;
7) Pide atención y admiración constantes; por ejemplo, hace todo lo posible para recibir cumplidos;
8) Falta de empatía; incapacidad para reconocer y experimentar lo que los otros sienten; por ejemplo, enfado y sorpresa cuando un amigo que se encuentra gravemente enfermo anula una cita;
9) Está preocupado por sentimientos de envidia.
Verá el lector que por lo que sabemos de Saddam Hussein, su personalidad se aproxima mucho al retrato robot de esta descripción.
Es pues posible afirmar que al personaje se le podría diagnosticar en esta categoría anormal.
Si así fuese, se explican las dificultades que tienen los interlocutores para encontrar una salida al conflicto bélico. Porque las personalidades narcisistas son muy difíciles de tratar, aunque a veces resulten atractivas en tratos cortos, en los cuales no se puede profundizar en la psicología del otro. Esto aclararía algunas explicaciones de personas que le han tratado personalmente en contactos cortos, por ejemplo, la del Rector de la Complutense o la de la Diputada de Izquierda Unida”[10]
Presento a continuación la biografía reseñada en la revista Muy Interesante, anteriormente identificada; con el titulo:
Saddam Hussein ¿A quien teme este hombre?.
“Fue la cara de un chiquillo, llamado Stuart Lockwood, la que reveló al mundo la verdad. Sin palabras. Y precisamente por eso resultaba más digna de crédito, en aquella época explosiva que precedió a la Guerra del Golfo, ante de que empezarán a silbar los misiles, cuando las maquinarias propagandísticas de Irak y Estados Unidos no paraban de lanzarse venablos.
Era otoño de 1990. El chaval tendría unos cinco años de edad, las orejas un poco de soplillo, mechones de pelo cayéndole sobre la frente y vestía pantalones cortos y camiseta blanca. Así colocaron al pequeño inglés ante las cámaras de televisión iraquí, apartándolo del lado de sus padres, que permanecían al fondo, petrificados, y empujándolo hacia Saddam Hussein, la encarnación de su miedo y el de sus progenitores. Desde agosto, fecha en que los tanques iraquíes ocuparon Kuwait, el rico vecino productor de petróleo, su familia y él, entre otros miles de occidentales, se habían convertido de facto en rehenes del presidente Hussein. Diplomáticos, negociadores y profesores no podían abandonar el país y vivían conscientes del peligro que corrían en manos del capricho dictador.
Pero Saddam, de traje y corbata, se comportó en aquella ocasión como un dirigente modélico: atrajo hacia sí al pequeño Stuart, le acarició la cabeza y sonrió abiertamente a las cámaras. El mensaje evidente era presentar a un pacífico padre de su nación y de su familia, bondadoso también con los huéspedes extranjeros. El niño, rígido como un poste y disimulando el terror a duras penas, reflejaba con toda claridad lo que había más allá de la imagen. ¡Mira, América!, amenazaba el dictador iraquí, ¡mirad Naciones Unidas! Tengo a vuestra gente en mi poder. Si me atacáis, puedo colocarlos como escudos humanos delante de mis bases de lanzamiento de misiles, de las centrales eléctricas y les instalaciones militares. Podíamos empezar, por ejemplo, por este guapo jovencito. ¿Qué os parece? Naturalmente, al gran dictador no le pasó inadvertido el terror que el pequeño sentía. Pero se puede suponer que lo consideraba un mal menor pedagógicamente necesario.
La tortura de disidentes como método pedagógico para niños pequeños
El propio primogénito de Saddam, Udai, Tenía cuatro años cuando su padre lo llevó por primera vez “a la oficina”, sin duda con un propósito educativo como cualquier otro padre bienintencionado. Eso fue en 1969. Acababa de ser nombrado jefe de seguridad del presidente al-Bakr y así pasaba a ser el segundo hombre más importante del país. Era el responsable de terminar con cualquier clase de oposición. El caso es que se llevó a su hijo a una de las cárceles de Bagdad para enseñarle cómo se torturaba a los disidentes. Gracias a Amnistía Internacional, todo el mundo conoce los métodos más habituales a las víctimas se les taladran los huesos, se les aplican electrochoques en los genitales o se les disuelven en ácido miembros enteros, aunque en Irak de hoy también se siguen practicando tormentos tradicionales, como sacar los ojos o cortar nariz y orejas.
¿Es este padre un monstruo? ¿Pretendía hacer sufrir a su hijo obligándole a presenciar tales horrores? No, se trata más bien de una prueba del gran cariño que Saddam Hussein profesa a sus dos hijos y a sus tres hijas. Representa el amor de un patriarca que, en caso de conflicto, subordina con increíble rigor (un rigor arcaico) los propios sentimientos paternales y la felicidad de su familia a su máximo principio: el alcanzar el poder y mantenerlo. En nombre de este principio, Saddam Hussein ha asesinado a numerosos adversarios, por su propia mano o a través de otro, y ha preparado a sus hijos Udai y Kusai, lógicos herederos suyos, para que se acostumbren a asesinar. También en nombre de este principio ha hecho degollar a sus yernos, trayendo la desgracia a sus propias hijas.
No hace falta ser un experto en psicología para encontrar los orígenes de la brutalidad posterior de este hombre en su niñez y en su adolescencia. Las experiencia de sus primeros años de vida fueron, en general, crueles y traumáticas. Saddam Hussein nació el 28 de abril de 1937 en el pueblecito de al-Audscha, cerca de Takrit, una aburrida ciudad de provincias a orillas del Tigris, 200 kilómetros al norte de Bagdad. En su infancia, la aldea carecía de alcantarillado y electricidad; uno de cada tres bebés moría al nacer y sus habitantes se dedicaban a criar ovejas y a vender melones que trasladaban en barcazas río abajo hasta Bagdad.
El padre de Saddam, Hussein al Madschid, abandonó a su madre, Subha al-Tulfah, en los últimos meses del embarazo y desapareció (aunque según otras fuentes, murió antes de que su mujer diera a luz). El nombre de Saddam probablemente se lo puso un hermano del padre, palabra de significa en árabe “el que no retrocede ante la pelea”.
Siniestras figuras masculinas, malos tratos y humillaciones marcaron su infancia
Subha se casó poco después con el campesino Ibrahim el Hassan, al que el dictador ha descrito como un padrastro terrible. Este hombre (conocido en el pueblo como “Hassan el mentiroso”) golpeaba y humillaba a su hijastro, obligándole a robar y a faenar en el campo, mientras su propio hijo iba al colegio. A los diez años, Saddam se refugió en casa de un tío suyo, que se convertiría con el tiempo en la figura paternal de la que careció, en su modelo masculino y hasta en su mentor político. Kairallah Tulfah, hermano de su madre, había sido oficial del ejército y era un ferviente nacionalista, además de admirador de Hitler y Mussolini. Con sólo catorce años participó en un intento frustrado de derrocamiento de la monarquía instaurada por los británicos, por lo que estuvo en la cárcel y fue expulsado del ejército.
Cuando acogió a su joven sobrino trabajaba como profesor en Takrit; Saddam, que a los diez años no sabía escribir ni su nombre, empezó a ir por primera vez regularmente a la escuela. Y fue también la primera ocasión en que encontró un buen amigo: su primo Adnan, el hijo de Kairallah. Adnan llegó a ser después ministro de Defensa de Saddam, pero tras una disputa con el presidente, perdió la vida en un accidente, presuntamente provocado, al estrellarse el helicóptero en que viajaba.
Saddam Hussein ha destacado con frecuencia la gran importancia que adquirió para el su tío Kairallah como modelo intelectual a seguir. Que el odio y el desprecio por el género humano formaban parte de las lecciones del mentor se puede deducir de un libro con el que Saddam, ya de presidente, hizo divulgar el pensamiento filosófico de su respetado tío. El título de la obra reza Lo que Dios no debería haber creado: persas, judíos y moscas. En él, Kairallah define a los persas como “animales con forma humana” y a los judíos como “una mezcla de inmundicia y despojos étnicos”. Por lo que respecta a las moscas, su existencia está tan poco justificada como la de aquéllos, aunque resulta menos repulsiva.
Saddam fue un discípulo aplicado: en 1980, cuando apenas llevaba un año en el poder, atacó por sorpresa a Irán (el vecino persa), provocando una guerra que duró ocho años, terminó en empate y costó la vida a un millón de personas, la mayoría de ellos soldados adolescentes. Y diez años después, misiles Scud iraquíes hacían blanco en Tel Aviv, la capital del estado judío de Israel; pero no estamos anticipando.
Kairallah se trasladó pronto a Bagdad. Saddam encontró trabajo como revisor de billetes en una línea de autobús y viajaba diariamente entre takrit y la capital. Tenía 14 años y era un joven alto y atlético cuando mató a un hombre por primera vez. Ocurrió en Takrit y posiblemente fue por encargo de Kairallah, ya que disparó sobre un pariente impopular con una pistola suya. Aunque este crimen se divulgó por la ciudad, su autor no llegó a ser detenido ni juzgado. A los 18 años, Saddam siguió a su tío a Bagdad. Su segundo asesinato –mató a uno de sus profesores cuando tenía 19 años- está registrado oficialmente y se le llevó a la cárcel por una temporada. En aquella época ya se había creado una reputación violenta y sin escrúpulos en su barrio, donde vivían muchos inmigrantes procedentes del norte.
En la historia de Irak no se concibe ningún cambio político sin violencia
Tal como estaban las cosas, esa era la reputación más apropiada para hacer carrera en Irak, un Estado marcado por la corrupción, la anarquía y la ley del más fuerte, en el único instrumento para conseguir cambios políticos. Por si todavía la necesitaba, Saddam recibió la lección definitiva sobre las virtudes de la violencia cuando, en julio de 1958, el ejército iraquí derrocó al rey. Tras la subida al poder en Egipto del general Gamal Abd el-Nasser, El nacionalismo árabe militante que éste preconizaba ganó predicamento también en Irak, lo que jugaba en contra de la odiada monarquía, que los ciudadanos relacionaban con el antiguo colonialismo. Durante el golpe, los militares asesinaron al rey feisal, a su hermano y al primer ministro en el mismo palacio, desmembraron sus cuerpos y arrastraron los pedazos por las calles de Bagdad. El joven Saddam no participó en el derrocamiento, pero seguro que estos acontecimientos le enseñaron algo sobre las consecuencia de la pérdida del poder en su patria, sobre el destino que le esperaba al dirigente que no asegurara por todos los medios la estabilidad de su régimen. El final de la monarquía fue, para este hombre de 21 años, una especie de bautismo político.
Sólo tuvieron que pasar diez años para que el don nadie de provincias consiguiera hacerse un hueco en el meollo de la estructura de poder iraquí, y otros diez para que se convirtiera en presidente del Estado y dictador del país. En el comienzo de esta fulgurante carrera política figura como no podía ser de otro modo, una acción violenta: un año después se la caída de la casa real, Saddam participó en una tentativa de atentado del partido de la oposición Baaz contra el nuevo gobernante, el general el-Karin Kassin. Durante el tiroteo, no demasiado bien organizado, Kassin sólo resultó herido; Saddam, alcanzado por un disparo de los propios conjurados, tuvo que huir del país con una bala alojada en la pierna.
Siguieron cuatro años de exilio en Egipto (incluida una temporada en la cárcel), que Hussein aprovecho para estudiar derecho, mientras en su patria era condenado a muerte en rebeldía. En 1963, el general Kassin murió asesinado en un nuevo atentado de los nacionalistas del partido Baaz. Saddam regresó de inmediato a Bagdad Y empezó a organizar los fundamentos de su futuro poder con perseverancia y partiendo de dos principios tan simples como eficaces: primero, extermina a tus adversarios y rivales; segundo, utiliza las relaciones de familia y protégete en el camino hacia la cumbre con una legión de parientes que dependan de ti.
El destino quiso que uno de los cabecillas del golpe fuera un tio suyo, al que Saddam conocía de sus tiempos en Takrit: el general Ahmed Hassan el-Bakr, un primo de Kairallah. El oficial nombró a su joven y crecientemente famoso pariente jefe de una nueva organización secreta del partido Baaz, que ostentaba el sugerente nombre de Comité para el Terror y la Eliminación. En pocas semanas, Saddam hizo torturar y matar a cientos de opositores que se encontraban en prisión.
Un contragolpe envió a los militantes baazistas al destierro durante otros dos años; Saddam sobrevivió en la clandestinidad. El 30 de julio de 1968, el partido Baaz consiguió alzarse definitivamente con el poder tras un nuevo golpe de Estado. El presidente de Irak era ahora Hassan el-Bakr; Saddam permaneció junto a él como jefe de seguridad y poco después como funcionario dirigente del partido. En los años siguientes, cada vez que se descubría un intento de derrocamiento (real a pretendido), era Saddam quien organizaba los fusilamientos en masa y hacía pública las ejecuciones.
Días después de lograr la presidencia. Fusiló a 22 potenciales rivales
Cuando el-Bakr, después de algo más de una década en el poder y ya enfermo, decidió renunciar el 16 de julio de 1979, no había nadie que se atreviera a disputar a Saddam la sucesión. Once días después, el nuevo Presidente, siguiendo un esquema que ya había probado su eficacia, anunció que se había descubierto una conspiración y ordenó el fusilamiento de 22 posibles rivales, entre los que se contaban miembros del gabinete de su predecesor, altos funcionarios del partido y antiguos compañero suyos. Para remarcar la ejemplaridad de la medida, obligó a varios de sus ministros e íntimos colaboradores a tomar parte activa en la ejecución (que tuvo lugar en el sótano de la cárcel central de Bagdad), hizo firmar la masacre y mando que la grabación apareciera en las noticias de televisión.
Aunque el sangriento comienzo de su mandato no se tuvo exento de riesgos, Saddam había enviado una señal clara. Como un capo de la mafia, hizo que su equipo de colaboradores se corresponsabilizara de los crímenes, convirtiéndolos así en cómplices, mientras se presentaba ante su pueblo como un usurpador de incontestable liderazgo presto a utilizar la violencia. Irak había encontrado su gran dictador. Hoy Saddam lleva 20 años en el poder, el gobernante más longevo en la historia del antiquísimo país de los ríos. Ha transformado la vieja Mesopotamia en una nación elegida, admirada dentro del mundo árabe, así como en un enemigo irreconciliable de la superpotencia estadounidense.
Con todo, la brutalidad de sus primeros años en el gobierno no bastó por sí sola para llevarle tan lejos. Ya de Presidente, Saddam desarrollo nuevas habilidades, como el dominio de la psicología de masas. Poco a poco se las ha arreglado para ser objeto de un gigantesco culto a la personalidad claramente inspirado en su modelo confeso: Stalin. Estatuas de piedra y colosos de madera contrachapada con su imagen adornan hoy todas las ciudades, grandes y pequeñas, de Irak. No hay calle, escuela, comisaría de policía u oficina que carezca de un retrato enmarcado de Saddam. El déspota quiso realzar la capitalidad de Bagdad con un monumento a sí mismo en el centro de la ciudad, un museo dedicado a su figura y una Torre Internacional Saddam; se está construyendo también una mezquita en su honor, que será el templo islámico más grande del mundo.
Pero el dictador busca asimismo proyección exterior. A mediados de los setenta, con motivo del comienzo de las obras de reconstrucción de un templo babilónico, Saddam se presentó ante el mundo en un anuncio a toda página publicado en el periódico Internacional Herald Tribune como el sucesor del rey Nabucodonosor, que en el siglo VI a.C., partiendo del actual territorio de Irak, sometió Siria y Palestina, destruyó Jerusalén y convirtió en cautivos de babilonia a los israelitas de Antiguo Testamento. En efecto, Saddam quiere restaurar aquella época gloriosa de la historia del país y evocar con orgullo la grandeza del pasado, no sólo con la intención de adularse a si mismo, sino también para crear una conciencia nacional unificadora del pueblo iraquí, cuyo Estado creado en 1921 por las potencias coloniales del Próximo Oriente, sigue fragmentado en tres fracciones étnico-religiosas: sunitas y chiítas –como bloques islámicos rivales minoría no árabe formada por los kurdos del norte del país. Por cierto que el sublime objetivo de la búsqueda de la identidad nacional no impidió a Saddam emprender una feroz represión contra los kurdos cuando lo consideró necesario. En 1988 escandalizó a la opinión pública internacional al ordenar la masacre de miles de civiles en el norte secesionista con aviones que escupían gas mostaza. Las imágenes de madres kurdas abrazadas a sus hijos agonizantes han seguido provocando reacciones políticas hasta hoy: mientras los observadores internacionales no certifiquen el desmantelamiento de las armas de destrucción masiva iraquíes, continuará el embargo comercial y de petróleo que las Naciones Unidas impusieron a Irak tras la derrota de Saddam en la guerra del Golfo. Sus 20 millones de habitantes sufren cada vez más a causa del boicot. Hay escasez de alimentos y sobre todo de medicinas, pero no se escucha ninguna critica del pueblo al dictador; y sus adversarios en el exilio están enfrentados entre sí. Sin embargo, la caída de Hussein podría tener su origen justo donde comenzó su ascenso: en el seno de la familia, del clan.
Tres familias de Takrit forman el núcleo duro del clan de Saddam
Su complicada red de matrimonios dinásticos y nepotismo, tejida inteligentemente durante décadas, ha comenzado a rasgarse en los últimos años. Tres familias de Takrit emparentadas por matrimonio constituyen el centro de la trama: el clan de su madre, Subha, y los de sus dos esposos, es decir, los clanes de Madschid y de Hassan. Kairallah , hermano de Subha, había comprometido a Hussein con su hija, Sadshida, cuando éste tenía cinco años; la primera esposa de Saddam es, por tanto, prima suya. Tienen cinco hijos. Udai, el mayor, se casó con una hija de Barzan, hermanastro de Saddam por la rama de Hassan; su otro hijo varón, Kusai, se casó con la hija de uno de sus generales; sus hijas Ragad y Rana contrajeron matrimonio con dos hermanos del clan Madschid. La menor, Hala, probablemente sigue soltera, mientras que su hermano Udai ha tomado como segunda esposa a una prima de 16 años, que viene del clan Madschid.
La política matrimonial de la casa de Saddam responde al nepotismo desenfrenado de dictador. Nombró a Kairallah alcalde de Bagdad; a su hermanastro Barzan, embajador en Suiza, dándole competencias en lo referente al comercio de armas y el mercado negro internacional; Watban, otro hermanastro suyo, se convirtió en ministro del Interior, al tiempo que Adnan, primo de Saddam, se hizo con la cartera de Defensa. Cuando se produjo su discutido accidente de helicóptero, otro primo de Saddam, Ali Hassan el-Madschid, ocupó el puesto vacante. Los dos yernos de clan de Madschid, Hussein Kamel y Saddam Kamel se encargaron de dirigir el suministro de armas y el servicio de seguridad.
Con el paso de los años, Udai, el preferido de Saddam, se ha ido pareciendo cada vez más a su padre, aunque su aspecto es más robusto y a la vez más terrible. En 1988, cuando ya se había ganado una reputación en Bagdad de peligroso play boy que no siente ningún respeto por la ley, se dio a conocer también en el extranjero a raíz de un tanto extravagante. Saddam se había enamorado de la joven maestra de su hija Hala. Su mensajero permanente con esta querida era un joven llamado Kamel Dschejo, hijo del cocinero privado de Saddam, astutamente nombrado su catador oficial. Udai, encolerizado con su padre porque hubiera engañado a su madre, pero sintiéndose impotente contra el, comenzó una pelea con Dschejo en una fiesta y le pateó hasta matarle en presencia de numerosos testigos. Saddam se enfureció y mando encerrar a su hijo durante tres días. Poco después Udai volvió a ejercer como embajador personal de su padre y como presidente del Comité Olímpico Nacional y de la Liga de fútbol iraquí.
Un antiguo sosias de hijo primogénito desvela los horrores de palacio
Algunos años más tarde, un joven llamado Latif Yahia al que Udai había obligado a operarse la cara huyó al extranjero; igual que su padre se hacía sustituir a menudo por dobles por miedo a los atentados, Udai también quería tener su sosia. Desde su exilio en Viena, Yahia describió el horror del mundo privado de Udai. El vástago de Saddam, al que su padre llevó de niño a presenciar mutilaciones y tormentos, tenía sus propias celdas de tortura en el sótano de Comité Olímpico Nacional.
La veracidad de estos informes resulta difícil de comprobar y quizás convenga mostrar cierto escepticismo. Muchos grupos, desde iraquíes en el exilio hasta los servicios secretos norteamericanos, tienen interés en pintar de la forma más horrorosa posible la imagen pública del dictador y su camarilla. Como por ejemplo, cuando Udai disparo sobre su tío Watban, un posible competidor por el poder con el que estaba enfrentado. La antigua hostilidad alcanzó su cima durante una reunión de la familia en Takrit, en agosto de 1995; Udai disparó siete veces a su tío en la pierna izquierda, que tuvo que serle amputada. Esa misma noche hicieron las maletas los yernos de Saddam Hussein, que eran partidarios de Watban: Hussein Kamel y Saddam Kamel el-Madschid huyeron a Jordania con sus esposas Ragad y Rana y los siete hijos de ambos en una comitiva de lujosos Mercedes.
Después vino la tragedia. En un primer momento, el rey Hussein de Jordania dio la bienvenida a los desertores y la CIA estuvo meses tratando de sonsacarles alguna información, pero más tarde se les declaró indeseables. Saddam envió a su mujer a Ammán con un mensaje personal grabado en vídeo en el que prometía perdonar la defección a sus hijas y a los esposos de éstas. En febrero de 1996, los Mercedes emprendieron el regreso. En la frontera, sonriendo detrás de la negra barba y unas gafas de sol, Udai esperaba a la familia que volvía al hogar. Al llegar a Bagdad, Hussein Kamel y Saddam Kamel fueron separados de sus esposas e hijos y retenidos en casa de un pariente.
Dos días después, los hermanos se enteraron por las noticias de televisión de que Ragad y Rana se habían divorciado de ellos, sin duda obligadas por Saddam. Otros dos días más tarde fueron asesinados. Esa madrugada, Udai y su hermano pequeño Kusai, al frente de un comando criminal, acabaron con los dos hermanos Kamel u por lo menos cinco niños. Hussein ordenó que se le informara detalladamente de lo que estaba ocurriendo a través de un móvil.
Desde la masacre, ya nada es lo que era en la familia del patriarca. Su primera esposa, Sashida, se ha recluido en Takrit. Sus hijas Ragad y Rana la han seguido, profundamente amargadas, traicionadas por la partida doble (y triple) por su padre y sus hermanos, los asesinos de sus maridos. Se dice que Saddam no les dejó llevarse a los niños para que no transmitieran su odio hacia él a los nietos. ¿Confía en reconciliarse con la próxima generación? ¿Se considera a sí mismo un padre firme, pero afectuoso?
Como en los dramas dinásticos de Shekespeare, Saddam Hussein ha alcanzado la cima del poder. Es astuto, cruel, inmoral, grande en su depravación, inteligente en su maldad. No sabemos si el dictador a leído a Ricardo III o Macbeth, pero sí conocemos el título de su película favorita: El padrino, cuyo protagonista, el jefe mafioso Vito Corleone, consigue todo lo que se propone a cambio de perder el amor de su familia. Como si quisiera rebelarse contra este destino, el padrino de Irak ha tomado recientemente una tercera esposa, una joven bailarina de la ciudad de Mosul. Su instinto de conservación le ha permitido sobrevivir hasta ahora a varios atentados frustrados. Pero su mejor protección, la solidaridad de la gran familia, está arruinada. Efectivamente, la amenaza vive dentro, tal como se puso de manifiesto en un atentado contra Udai. El 12 de diciembre de 1996 le alcanzaron ocho balas; cuatro desconocidos dispararon contra su Mercedes en el exclusivo barrio bagdadí de Mansour. Los pistoleros tuvieron que recibir información de alguien de la casa.
Cuando más crece la frustración de Udai, más peligroso se vuelve
Udai, probable sucesor del dictador, al que éste ha educado en el asesinato y el sadismo, tiene que andar con muletas desde entonces, porque su organismo rechaza el hueso artificial que se le implantó para sustituir el fémur destrozado. Tiene treinta y cinco años y está tremendamente frustrado. Apenas sale del hospital, ha matado a un guardaespaldas en un arrebato y le pegó un tiro a una joven con la que no pudo mantener relaciones sexuales. Además rebosa de odio hacia su hermano Kusai, porque este le denunció ante su padre tras el asesinato de su tío Watban, mostrándole material incriminatorio de su servicio de seguridad, lo que hizo que Saddam suspendiera a su hijo mayor de sus funciones.
De todos modos, el dictador ha vuelto a acoger con benevolencia al hijo descarriado. Udai es ahora más poderoso que nunca y utiliza su influencia para engrosar su cuenta corriente y la de su padre con dinero procedente del contrabando de petróleo, gasolina y cigarrillos. Tan bien lo ha hecho, que Saddam figure actualmente entre los cien hombres más ricos del mundo. Según la última edición de la famosa lista que publica la revista Forbes, posee “un patrimonio personal de casi un billón de pesetas”.
Aparentemente, a Saddam le va de maravilla y su pueblo le ama. O al menos eso es lo que él quiere que el mundo crea. El 28 de abril, Saddam celebro 63 cumpleaños a lo grande, convocando a multitudes que no pararon de ovacionarle. Pero Saddam no se deja arrullar tan fácilmente. Es mucho lo que está en juego; en primer lugar, su cabeza. Todas las noches tiene que cambiar de lugar de residencia y cuando está en Bagdad, vive en edificios fortificados, consciente de que sus enemigos más temidos no viven lejos en Estados Unidos, sino a su lado, allí donde nunca se encuentra. Este hombre nunca podrá vivir en paz.[11]
[1] En árabe quiere decir Renacimiento.
[2] BIOGRAFÍA SECRETA DE SADAM, pag. 61 Ediciones Tiempo, Madrid.
5Charles Dyer. BABILONIA ¡RENACE¡. pag. 97 y 98, 1991 Miami.
[3] Ahmad Rafat. BIOGRAFÍA SECRETA DE SADAM, pag. 38. Ediciones Tiempo, Madrid.
[4]Ibidem. pag. 33.
* Ediciónes tiempo, C.A. Madrid, España.
[5] Ahmad Rafat. Ob. cit. pag. 27 y 28.
[6] Diario EL UNIVERSAL, pag. 1-2 del 25-02-96, Caracas, Venezuela.
[7] Diario Ultimas Noticias, 09-05-96, pag. 57, Caracas, Venezuela.
[8] Diario EL UNIVERSAL, 09-11-97, pag. 1-6, Caracas, Venezuela.
[9] Daniel 8:23
[10] José López-Ibor Aliño. BIOGRAFÍA SECRETA DE SADAM, pag. 67-70, Ediciones Tiempo, S.A. Madrid.
[11] Rudiger Dilloo. Revista Muy Interesante, Biografías de Grandes Personajes, del otono el 2000, pag. 32 al 39, España.
Fecha de nacimiento: 28 de abril de 1.937.
Lugar: Takrit (Irak).
Profesión: Abogado, político, licenciado en Derecho.
Actividad: Presidente de la República de Irak.
Organización: Secretario general del partido BAAS[1].
Datos relevantes:
1.968. Elegido secretario adjunto del partido BAAS.
1.969. Mes de noviembre: Nombrado vicepresidente del Consejo de Mando Supremo de la revolución.
1.979. 16 de julio. Asume los títulos de Jefe de Estado, Presidente del Consejo de Mando Supremo de la Revolución. Primer ministro, Comandante de las Fuerzas Armadas y Secretario general del BAAS.
1.980. 22 de septiembre al 20 de septiembre de 1988. Guerra Irán-Irak.
1990. 2 de agosto. Ordena la invasión de Kuwait.
1991. 15 de enero. Comienza la Guerra de las fuerzas multinacionales contra Irak.
1991. 25 de febrero. Ordena la retirada de su ejército de Kuwait.
1991. 27 de febrero. Acepta las resoluciones de la ONU.”[2]
“Las primeras proezas de Saddam Hussein a favor del Partido Baas han sido elevadas a la categoría de leyenda. A los 22 años, él fue escogido para dirigir lo que resultó un frustrado intento de asesinato contra el Presidente de Irak. Él escapó a Egipto; volvió a Irak en 1963 cuando el Partido Baas llegó al poder; fue encarcelado desde 1964 hasta 1966, cuando el gobierno baasista fue derribado en un golpe de estado; y entonces escapó de la prisión.
Cuando el Partido Baas recuperó el control en 1968, Saddam Hussein vino a ser, a la edad de 31 años, un líder en Irak. Bajo el patrocinio de su primo hermano mayor Albakr, Saddam llegó a ser miembro del Concilio de Comando Revolucionario en 1969, y vicesecretario general del Partido Baas en 1977. Más tarde fue nombrado vicepresidente del Concilio del Comando Revolucionario, en cuerpo de nueve miembros que legislaban por decreto. Pocas semanas después de llegar a ser presidente de Irak en 1979, Saddam Hussein ejecutó a algunos de sus amigos más íntimos y correligionarios de Partido Baas, que estaban en el poder. Los videos de la reunión en la que los “traidores” fueron nombrados muestra a Hussein leyendo sus nombres en una lista, pausando para tomar bocanadas de un tabaco mientras que los miembros de la audiencia se revolvían en sus asientos. Luego que sus nombres fueron pronunciados, a los supuestos conspiradores se les hizo salir y fueron asesinados. Saddam Hussein había comenzado su patrón de gobierno por la fuerza”.5
“El 17 de julio (fiesta nacional del iraquí desde entonces) del año 1968, tiene lugar el golpe de Estado. Al general Aref, muerto en accidente, le ha sucedido su hermano, lo que permite que, por una vez, el golpe no sea cruento. Saddam Hussein se presenta en el palacio presidencial acompañado de su hermano Barzan en un carro de combate, y el dictador es
El general El Bakr es nuevo presidente del país y Saddam Hussein vicepresidente, a la vez que Secretario General Adjunto del Partido. Además aprovecha para terminar la carrera que iniciara en el Cairo y se licencia en Derecho. No se sabe de dónde saca tiempo para preparar los exámenes, puesto que de hecho es él quien gobierna, desde detrás de la figura paternal de El Bakr.
Su primera preocupación es purificar el Partido y eliminar a la oposición. No conoce límites en la metodología cuando se trata de neutralizar a sus enemigos, es capaz de pactar con el diablo y de matar a su propio padre, si hubiera vivido y se le hubiera enfrentado. A los pocos días de tomar el poder manda realizar una ceremonia macabra, la ejecución de cien adversarios políticos en público. Un espectáculo digno de la edad media”[3]
Esta carrera de asesinatos perpetrado por el mismo Saddam viene desde sus inicios.
“La biografía de Saddam Hussein tiene todos los elementos de una historia ejemplar para sus partidarios, o de una trayectoria diabólica para sus adversarios. Puede resumirse en dos líneas diciendo que es el ascenso de un don nadie, un pobre campesino de provincias, que llega a ser el amo absoluto de su país. Y en esas dos líneas se pueden intercalar todos los panegíricos y todas las condenas que se quieran. Porque no se llega del surco al palacio presidencial de un rico país petrolífero sin notables cualidades personales. Pero tampoco se puede recorrer este camino en Oriente Medio sin dejar tras sí una estela de cadáveres”[4]
Aunque se trata de justificar un poco la cantidad de crímenes dejados en su trayectoria para llegar al poder y mantenerse, es de considerar su corazón desprovisto de misericordia aún hasta de su propia familia.
Cuenta Ahmad Rafat, enviado especial de Tiempo*, que en los alrededores del año 1968 fue enviado a Irak con una delegación de políticos donde tuvo la ocasión de conocerle, cuando Saddam contaba con 31 años de edad cuando todavía no ostentaba los cargos que tiene actualmente, en una entrevista en su casa, dice: “
El mayor error de Sadam no ha sido tanto su deseo de convertirse en el líder del renacimiento árabe, sino querer realizar este sueño a través de la violencia. Su falta de escrúpulos no conoce límites. Nunca los ha tenido, y tampoco lo ha pretendido nunca. Me viene a la memoria una afirmación suya, que todavía hoy continúa impresionándome. Hablando de la fidelidad la ideología baasista y su interés ilimitado en el Partido, Sadam nos comentó un episodio de su juventud. Sin ningún pudor admitió haber matado a su cuñado, cuando contaba poco más de veinte años, porque éste, que simpatizaba con la ideología comunista, criticó la ideología nacionalista del Partido Baas. Sadam lo mató a navajazos, en casa del tío suegro después de un almuerzo familiar”[5]
El 23 de febrero de 1996, fueron asesinados los dos yernos de Saddam Hussein, el general Iraquí Hussein Kamel Hassan de 37 años, quien ejerció el cargo de ministro de Industria y jefe del programa militar secreto iraquí, con todo su bagaje de armas químicas, bacteriológicas, balística y nucleares; y Saddam Kamel Hassan Al-Majid que “no tuvo tiempo de descubrir si el enorme parecido físico con el presidente iraquí era un don o una desgracia que el destino puso en su camino. Era menos conocido que su hermano Hussein, sin embargo se las arregló desde joven para seguir los pasos, casándose con Rana, la otra hija del mandatario iraquí. También había ocupado cargos muy delicados, como proteger la integridad y la vida del presidente, hasta que partió junto con Hussein a Amman. Allí conservó bajo perfil hasta que, siempre siguiendo a su hermano, volvió a Irak para encontrar la muerte”[6]
“ASESINADOS POR SU TÍO CUATRO NIETOS DE SADDAM HUSSEIN”.
Una radio de oposición indicó que los hijos de los yernos ultimados en febrero pasado, así como otros miembros de la familia no identificados, fueron muertos por Udai, hijo del presidente iraquí, por presunta traición.
TEHERÁN, 8 (ANSA). Una radio de la oposición iraquí captada en Irán dijo que cuatro nietos de Saddam Hussein, hijos de sus yernos asesinados en febrero de este año tras regresar de Jordania, fueron a su vez masacrados.
El propio hijo del presidente iraquí, Udai, tío de los niños, sería el responsable directo del crimen. Otros dos hijos de los yernos de Saddam, agrego la emisora, fueron muertos con sus padres, al igual que otros miembros de la familia. La noticia fue dada por Radio Irak, y retomada hoy por varios diarios iraquíes. Pero hasta este momento no hay confirmaciones de otras fuentes. La radio también dijo que Udai “tomo bajo su vigilancia” a las hermanas Raghda y Rahna, viudas de los yernos de Saddam, que se habían refugiado con ellos en Jordania el año pasado. Los dos hombres, el general Hussein Kamel y su hermano Saddam, tras llegar a Ammán pidieron a las fuerzas de la oposición que se unieran a ellos para combatir el régimen de Bagdad, pero no tuvieron ningún apoyo. En febrero, en forma inesperada, decidieron volver al país donde algunos días después fueron asesinados”
Saddam Hussein: “No fui yo quien ordenó las muertes”
“Bagdad, mayo 8. (Reuter). El presidente iraquí Saddam Hussein dijo que no dio su consentimiento para el asesinato del desertor Hussein Kamel Hassan, pero que el honor familiar, mancillado por la traición, debía ser limpiado. “Si me hubieran preguntado lo hubiera impedido, pero fue bueno que no lo hicieran”, expresó Saddam en comentarios publicados hoy por la prensa estatal” [7]
Manifestaciones como estas en apoyo al régimen de Saddam Hussein ocurre cada vez que por alguna circunstancia se ve en serios peligros de conflicto bélico. La fotografía[8] que a continuación se presenta, muestra la escena, cuando los Estados Unidos, en noviembre del 1997, amenazaba con bombardear instalaciones iraquíes donde presuntamente se escondían materiales para la fabricación de armar químicas y bacteriológicas.
Todas estas evidencias que estamos presentando de su acción y conducta son claras del hombre sin afecto natural, cruel, vanaglorioso, soberbio, impíos, implacable, intemperante, aborrecedor de lo bueno, traidor, impetuoso, infatuado, amador de los deleites más que de Dios, que tiene apariencia de piedad pero niega con sus hechos la virtud de ella, por eso bien dice la profecía acerca de él. “Cuando los transgresores lleguen al colmo, se levantará un rey altivo de rostro y entendido en enigmas”[9] que reunirá en él mismo todas las cualidades del hombre de los últimos tiempos.
SADDAM HUSSEIN ¿TRASTORNO NARCISISTA DE LA PERSONALIDAD?
Por José Miguel López-Ibor Aliño (psiquiatra)
“Son muchas las veces que nos preguntan a los especialistas cómo es Saddam Hussein, y han sido varios los que han intentado aproximarse al personaje con sus conocimientos psiquiátricos y psicológicos.
Es unánime la consideración de la imposibilidad de establecer un diagnóstico de locura. Saddam Hussein no está loco como no lo estaba Hitler ni otros dirigentes que tenían las mismas conductas y características psicológicas. Es enorme la distancia entre estos personajes y, por ejemplo, Luis II de Baviera. Este último sí que estaba enfermo y por lo tanto hizo cosas muy diferentes. De Hitler hay una literatura abrumadora sobre su psicología.
Se trato de analizar desde todos los ángulos psiquiátricos. Es más, y lo he contado en otras ocasiones, a Hitler sí que le entrevisto personalmente un psiquiatra, Una de las grandes figuras europeas y mundiales de la especialidad, Kurt Schneider, tras una larga entrevista personal con motivo del tratamiento de un amigo de Hitler, el psiquiatra llegó a la conclusión de que no se trataba de un enfermo.
Sin embargo, en este tipo de personas se dan unos rasgos de conducta ciertamente extraños, distintos al resto de los normales y que llaman la atención. Por eso se han manejado palabras como psicopatía o paranoia.
Partiendo de la realidad de la imposibilidad de un diagnóstico psiquiátrico, lo que se puede intentar es clasificarlo entre los tipos de personalidades anormales que describimos los especialistas. Guimón hizo en un diario madrileño un lucido análisis de este tipo; veamos algunos de los rasgos que más destacan en este personaje.
En primer lugar su imagen, y sobre todo la necesidad que tienen los que le rodean de imitar su aspecto. Por ejemplo el conocido bigote. Es también muy manifiesta la necesidad que ha mantenido de ser él, y solamente él, el protagonista de la historia. Todo lo que invoca para justificar sus actos pasa por su persona.
En términos generales y vulgares, está como iluminado. Sólo él tiene la razón y sólo él sabe cómo aplicarla.
Se dice que es posible que algunas órdenes no hayan sido cumplidas por sus subordinados, ¿Dio la orden de usar armas químicas y sus generales no le hicieron caso? Es posible, aunque no sé si se sabrá algún día la verdad.
Es manifiesta también la necesidad que tiene de ser él, insisto, el único que toma las decisiones. Todos sus allegados tienen que consultarle todo. Los viajes continuos del Ministro de Asuntos Exteriores, como un correo, sin poder tomar decisiones, indican este aserto. También su enorme desconfianza hacía los demás, como las dudas que han tenido algunos de sus embajadores, por ejemplo: El embajador ante Naciones Unidas ha dudado al transmitir algunas de sus órdenes, probablemente porque no estuvieron del todo claras.
Llama también la atención la grandiosidad de su conducta, aun cuando esta característica esté matizada por la cultura en la que está inmerso.
Todos estos rasgos, y algunos más que dejo al análisis del lector, inducen a pensar que su personalidad se acerca a un trastorno narcisista de la personalidad. Este trastorno se caracteriza, según la clasificación que hacen los norteamericanos en el DSM-III R, por una pauta generalizada de grandiosidad (en fantasía o en conducta), por falta de empatía e hipersensibilidad a la evaluación de los demás, que se hace patente en la vida adulta y que se da en diversos contextos.
Criterios para el diagnóstico del trastorno narcisista de la personalidad.
Una pauta generalizada de grandiosidad (en fantasía o conducta), falta de empatía e hipersensibilidad a la evaluación de los demás, que se hace patente desde el inicio de la vida adulta y que se da en diversos contextos. Esta pauta se manifiesta al menos por cinco de las siguientes características:
1) El sujeto reacciona a las criticas con sentimiento de rabia, vergüenza o humillación (aunque no los expresa);
2) Tiende a la explotación interpersonal, es decir, se aprovecha de los demás para conseguir sus propios fines;
3) Posee un sentimiento grandioso de la propia importancia; por ejemplo, exagera los logros y las capacidades y espera ser considerado como “especial” a pesar de no haber hecho nada para merecerlo;
4) Considera que sus problemas son únicos y que pueden ser entendidos sólo por otros individuos también especiales;
5) Está preocupado por fantasías de éxitos, poder, brillo, belleza o amor ideal ilimitados;
6) Posee un sentimiento de “categoría”, es decir, una expectativa irrazonable de recibir un trato especialmente favorable; por ejemplo, cree que no debe esperar en la cola como los demás;
7) Pide atención y admiración constantes; por ejemplo, hace todo lo posible para recibir cumplidos;
8) Falta de empatía; incapacidad para reconocer y experimentar lo que los otros sienten; por ejemplo, enfado y sorpresa cuando un amigo que se encuentra gravemente enfermo anula una cita;
9) Está preocupado por sentimientos de envidia.
Verá el lector que por lo que sabemos de Saddam Hussein, su personalidad se aproxima mucho al retrato robot de esta descripción.
Es pues posible afirmar que al personaje se le podría diagnosticar en esta categoría anormal.
Si así fuese, se explican las dificultades que tienen los interlocutores para encontrar una salida al conflicto bélico. Porque las personalidades narcisistas son muy difíciles de tratar, aunque a veces resulten atractivas en tratos cortos, en los cuales no se puede profundizar en la psicología del otro. Esto aclararía algunas explicaciones de personas que le han tratado personalmente en contactos cortos, por ejemplo, la del Rector de la Complutense o la de la Diputada de Izquierda Unida”[10]
Presento a continuación la biografía reseñada en la revista Muy Interesante, anteriormente identificada; con el titulo:
Saddam Hussein ¿A quien teme este hombre?.
“Fue la cara de un chiquillo, llamado Stuart Lockwood, la que reveló al mundo la verdad. Sin palabras. Y precisamente por eso resultaba más digna de crédito, en aquella época explosiva que precedió a la Guerra del Golfo, ante de que empezarán a silbar los misiles, cuando las maquinarias propagandísticas de Irak y Estados Unidos no paraban de lanzarse venablos.
Era otoño de 1990. El chaval tendría unos cinco años de edad, las orejas un poco de soplillo, mechones de pelo cayéndole sobre la frente y vestía pantalones cortos y camiseta blanca. Así colocaron al pequeño inglés ante las cámaras de televisión iraquí, apartándolo del lado de sus padres, que permanecían al fondo, petrificados, y empujándolo hacia Saddam Hussein, la encarnación de su miedo y el de sus progenitores. Desde agosto, fecha en que los tanques iraquíes ocuparon Kuwait, el rico vecino productor de petróleo, su familia y él, entre otros miles de occidentales, se habían convertido de facto en rehenes del presidente Hussein. Diplomáticos, negociadores y profesores no podían abandonar el país y vivían conscientes del peligro que corrían en manos del capricho dictador.
Pero Saddam, de traje y corbata, se comportó en aquella ocasión como un dirigente modélico: atrajo hacia sí al pequeño Stuart, le acarició la cabeza y sonrió abiertamente a las cámaras. El mensaje evidente era presentar a un pacífico padre de su nación y de su familia, bondadoso también con los huéspedes extranjeros. El niño, rígido como un poste y disimulando el terror a duras penas, reflejaba con toda claridad lo que había más allá de la imagen. ¡Mira, América!, amenazaba el dictador iraquí, ¡mirad Naciones Unidas! Tengo a vuestra gente en mi poder. Si me atacáis, puedo colocarlos como escudos humanos delante de mis bases de lanzamiento de misiles, de las centrales eléctricas y les instalaciones militares. Podíamos empezar, por ejemplo, por este guapo jovencito. ¿Qué os parece? Naturalmente, al gran dictador no le pasó inadvertido el terror que el pequeño sentía. Pero se puede suponer que lo consideraba un mal menor pedagógicamente necesario.
La tortura de disidentes como método pedagógico para niños pequeños
El propio primogénito de Saddam, Udai, Tenía cuatro años cuando su padre lo llevó por primera vez “a la oficina”, sin duda con un propósito educativo como cualquier otro padre bienintencionado. Eso fue en 1969. Acababa de ser nombrado jefe de seguridad del presidente al-Bakr y así pasaba a ser el segundo hombre más importante del país. Era el responsable de terminar con cualquier clase de oposición. El caso es que se llevó a su hijo a una de las cárceles de Bagdad para enseñarle cómo se torturaba a los disidentes. Gracias a Amnistía Internacional, todo el mundo conoce los métodos más habituales a las víctimas se les taladran los huesos, se les aplican electrochoques en los genitales o se les disuelven en ácido miembros enteros, aunque en Irak de hoy también se siguen practicando tormentos tradicionales, como sacar los ojos o cortar nariz y orejas.
¿Es este padre un monstruo? ¿Pretendía hacer sufrir a su hijo obligándole a presenciar tales horrores? No, se trata más bien de una prueba del gran cariño que Saddam Hussein profesa a sus dos hijos y a sus tres hijas. Representa el amor de un patriarca que, en caso de conflicto, subordina con increíble rigor (un rigor arcaico) los propios sentimientos paternales y la felicidad de su familia a su máximo principio: el alcanzar el poder y mantenerlo. En nombre de este principio, Saddam Hussein ha asesinado a numerosos adversarios, por su propia mano o a través de otro, y ha preparado a sus hijos Udai y Kusai, lógicos herederos suyos, para que se acostumbren a asesinar. También en nombre de este principio ha hecho degollar a sus yernos, trayendo la desgracia a sus propias hijas.
No hace falta ser un experto en psicología para encontrar los orígenes de la brutalidad posterior de este hombre en su niñez y en su adolescencia. Las experiencia de sus primeros años de vida fueron, en general, crueles y traumáticas. Saddam Hussein nació el 28 de abril de 1937 en el pueblecito de al-Audscha, cerca de Takrit, una aburrida ciudad de provincias a orillas del Tigris, 200 kilómetros al norte de Bagdad. En su infancia, la aldea carecía de alcantarillado y electricidad; uno de cada tres bebés moría al nacer y sus habitantes se dedicaban a criar ovejas y a vender melones que trasladaban en barcazas río abajo hasta Bagdad.
El padre de Saddam, Hussein al Madschid, abandonó a su madre, Subha al-Tulfah, en los últimos meses del embarazo y desapareció (aunque según otras fuentes, murió antes de que su mujer diera a luz). El nombre de Saddam probablemente se lo puso un hermano del padre, palabra de significa en árabe “el que no retrocede ante la pelea”.
Siniestras figuras masculinas, malos tratos y humillaciones marcaron su infancia
Subha se casó poco después con el campesino Ibrahim el Hassan, al que el dictador ha descrito como un padrastro terrible. Este hombre (conocido en el pueblo como “Hassan el mentiroso”) golpeaba y humillaba a su hijastro, obligándole a robar y a faenar en el campo, mientras su propio hijo iba al colegio. A los diez años, Saddam se refugió en casa de un tío suyo, que se convertiría con el tiempo en la figura paternal de la que careció, en su modelo masculino y hasta en su mentor político. Kairallah Tulfah, hermano de su madre, había sido oficial del ejército y era un ferviente nacionalista, además de admirador de Hitler y Mussolini. Con sólo catorce años participó en un intento frustrado de derrocamiento de la monarquía instaurada por los británicos, por lo que estuvo en la cárcel y fue expulsado del ejército.
Cuando acogió a su joven sobrino trabajaba como profesor en Takrit; Saddam, que a los diez años no sabía escribir ni su nombre, empezó a ir por primera vez regularmente a la escuela. Y fue también la primera ocasión en que encontró un buen amigo: su primo Adnan, el hijo de Kairallah. Adnan llegó a ser después ministro de Defensa de Saddam, pero tras una disputa con el presidente, perdió la vida en un accidente, presuntamente provocado, al estrellarse el helicóptero en que viajaba.
Saddam Hussein ha destacado con frecuencia la gran importancia que adquirió para el su tío Kairallah como modelo intelectual a seguir. Que el odio y el desprecio por el género humano formaban parte de las lecciones del mentor se puede deducir de un libro con el que Saddam, ya de presidente, hizo divulgar el pensamiento filosófico de su respetado tío. El título de la obra reza Lo que Dios no debería haber creado: persas, judíos y moscas. En él, Kairallah define a los persas como “animales con forma humana” y a los judíos como “una mezcla de inmundicia y despojos étnicos”. Por lo que respecta a las moscas, su existencia está tan poco justificada como la de aquéllos, aunque resulta menos repulsiva.
Saddam fue un discípulo aplicado: en 1980, cuando apenas llevaba un año en el poder, atacó por sorpresa a Irán (el vecino persa), provocando una guerra que duró ocho años, terminó en empate y costó la vida a un millón de personas, la mayoría de ellos soldados adolescentes. Y diez años después, misiles Scud iraquíes hacían blanco en Tel Aviv, la capital del estado judío de Israel; pero no estamos anticipando.
Kairallah se trasladó pronto a Bagdad. Saddam encontró trabajo como revisor de billetes en una línea de autobús y viajaba diariamente entre takrit y la capital. Tenía 14 años y era un joven alto y atlético cuando mató a un hombre por primera vez. Ocurrió en Takrit y posiblemente fue por encargo de Kairallah, ya que disparó sobre un pariente impopular con una pistola suya. Aunque este crimen se divulgó por la ciudad, su autor no llegó a ser detenido ni juzgado. A los 18 años, Saddam siguió a su tío a Bagdad. Su segundo asesinato –mató a uno de sus profesores cuando tenía 19 años- está registrado oficialmente y se le llevó a la cárcel por una temporada. En aquella época ya se había creado una reputación violenta y sin escrúpulos en su barrio, donde vivían muchos inmigrantes procedentes del norte.
En la historia de Irak no se concibe ningún cambio político sin violencia
Tal como estaban las cosas, esa era la reputación más apropiada para hacer carrera en Irak, un Estado marcado por la corrupción, la anarquía y la ley del más fuerte, en el único instrumento para conseguir cambios políticos. Por si todavía la necesitaba, Saddam recibió la lección definitiva sobre las virtudes de la violencia cuando, en julio de 1958, el ejército iraquí derrocó al rey. Tras la subida al poder en Egipto del general Gamal Abd el-Nasser, El nacionalismo árabe militante que éste preconizaba ganó predicamento también en Irak, lo que jugaba en contra de la odiada monarquía, que los ciudadanos relacionaban con el antiguo colonialismo. Durante el golpe, los militares asesinaron al rey feisal, a su hermano y al primer ministro en el mismo palacio, desmembraron sus cuerpos y arrastraron los pedazos por las calles de Bagdad. El joven Saddam no participó en el derrocamiento, pero seguro que estos acontecimientos le enseñaron algo sobre las consecuencia de la pérdida del poder en su patria, sobre el destino que le esperaba al dirigente que no asegurara por todos los medios la estabilidad de su régimen. El final de la monarquía fue, para este hombre de 21 años, una especie de bautismo político.
Sólo tuvieron que pasar diez años para que el don nadie de provincias consiguiera hacerse un hueco en el meollo de la estructura de poder iraquí, y otros diez para que se convirtiera en presidente del Estado y dictador del país. En el comienzo de esta fulgurante carrera política figura como no podía ser de otro modo, una acción violenta: un año después se la caída de la casa real, Saddam participó en una tentativa de atentado del partido de la oposición Baaz contra el nuevo gobernante, el general el-Karin Kassin. Durante el tiroteo, no demasiado bien organizado, Kassin sólo resultó herido; Saddam, alcanzado por un disparo de los propios conjurados, tuvo que huir del país con una bala alojada en la pierna.
Siguieron cuatro años de exilio en Egipto (incluida una temporada en la cárcel), que Hussein aprovecho para estudiar derecho, mientras en su patria era condenado a muerte en rebeldía. En 1963, el general Kassin murió asesinado en un nuevo atentado de los nacionalistas del partido Baaz. Saddam regresó de inmediato a Bagdad Y empezó a organizar los fundamentos de su futuro poder con perseverancia y partiendo de dos principios tan simples como eficaces: primero, extermina a tus adversarios y rivales; segundo, utiliza las relaciones de familia y protégete en el camino hacia la cumbre con una legión de parientes que dependan de ti.
El destino quiso que uno de los cabecillas del golpe fuera un tio suyo, al que Saddam conocía de sus tiempos en Takrit: el general Ahmed Hassan el-Bakr, un primo de Kairallah. El oficial nombró a su joven y crecientemente famoso pariente jefe de una nueva organización secreta del partido Baaz, que ostentaba el sugerente nombre de Comité para el Terror y la Eliminación. En pocas semanas, Saddam hizo torturar y matar a cientos de opositores que se encontraban en prisión.
Un contragolpe envió a los militantes baazistas al destierro durante otros dos años; Saddam sobrevivió en la clandestinidad. El 30 de julio de 1968, el partido Baaz consiguió alzarse definitivamente con el poder tras un nuevo golpe de Estado. El presidente de Irak era ahora Hassan el-Bakr; Saddam permaneció junto a él como jefe de seguridad y poco después como funcionario dirigente del partido. En los años siguientes, cada vez que se descubría un intento de derrocamiento (real a pretendido), era Saddam quien organizaba los fusilamientos en masa y hacía pública las ejecuciones.
Días después de lograr la presidencia. Fusiló a 22 potenciales rivales
Cuando el-Bakr, después de algo más de una década en el poder y ya enfermo, decidió renunciar el 16 de julio de 1979, no había nadie que se atreviera a disputar a Saddam la sucesión. Once días después, el nuevo Presidente, siguiendo un esquema que ya había probado su eficacia, anunció que se había descubierto una conspiración y ordenó el fusilamiento de 22 posibles rivales, entre los que se contaban miembros del gabinete de su predecesor, altos funcionarios del partido y antiguos compañero suyos. Para remarcar la ejemplaridad de la medida, obligó a varios de sus ministros e íntimos colaboradores a tomar parte activa en la ejecución (que tuvo lugar en el sótano de la cárcel central de Bagdad), hizo firmar la masacre y mando que la grabación apareciera en las noticias de televisión.
Aunque el sangriento comienzo de su mandato no se tuvo exento de riesgos, Saddam había enviado una señal clara. Como un capo de la mafia, hizo que su equipo de colaboradores se corresponsabilizara de los crímenes, convirtiéndolos así en cómplices, mientras se presentaba ante su pueblo como un usurpador de incontestable liderazgo presto a utilizar la violencia. Irak había encontrado su gran dictador. Hoy Saddam lleva 20 años en el poder, el gobernante más longevo en la historia del antiquísimo país de los ríos. Ha transformado la vieja Mesopotamia en una nación elegida, admirada dentro del mundo árabe, así como en un enemigo irreconciliable de la superpotencia estadounidense.
Con todo, la brutalidad de sus primeros años en el gobierno no bastó por sí sola para llevarle tan lejos. Ya de Presidente, Saddam desarrollo nuevas habilidades, como el dominio de la psicología de masas. Poco a poco se las ha arreglado para ser objeto de un gigantesco culto a la personalidad claramente inspirado en su modelo confeso: Stalin. Estatuas de piedra y colosos de madera contrachapada con su imagen adornan hoy todas las ciudades, grandes y pequeñas, de Irak. No hay calle, escuela, comisaría de policía u oficina que carezca de un retrato enmarcado de Saddam. El déspota quiso realzar la capitalidad de Bagdad con un monumento a sí mismo en el centro de la ciudad, un museo dedicado a su figura y una Torre Internacional Saddam; se está construyendo también una mezquita en su honor, que será el templo islámico más grande del mundo.
Pero el dictador busca asimismo proyección exterior. A mediados de los setenta, con motivo del comienzo de las obras de reconstrucción de un templo babilónico, Saddam se presentó ante el mundo en un anuncio a toda página publicado en el periódico Internacional Herald Tribune como el sucesor del rey Nabucodonosor, que en el siglo VI a.C., partiendo del actual territorio de Irak, sometió Siria y Palestina, destruyó Jerusalén y convirtió en cautivos de babilonia a los israelitas de Antiguo Testamento. En efecto, Saddam quiere restaurar aquella época gloriosa de la historia del país y evocar con orgullo la grandeza del pasado, no sólo con la intención de adularse a si mismo, sino también para crear una conciencia nacional unificadora del pueblo iraquí, cuyo Estado creado en 1921 por las potencias coloniales del Próximo Oriente, sigue fragmentado en tres fracciones étnico-religiosas: sunitas y chiítas –como bloques islámicos rivales minoría no árabe formada por los kurdos del norte del país. Por cierto que el sublime objetivo de la búsqueda de la identidad nacional no impidió a Saddam emprender una feroz represión contra los kurdos cuando lo consideró necesario. En 1988 escandalizó a la opinión pública internacional al ordenar la masacre de miles de civiles en el norte secesionista con aviones que escupían gas mostaza. Las imágenes de madres kurdas abrazadas a sus hijos agonizantes han seguido provocando reacciones políticas hasta hoy: mientras los observadores internacionales no certifiquen el desmantelamiento de las armas de destrucción masiva iraquíes, continuará el embargo comercial y de petróleo que las Naciones Unidas impusieron a Irak tras la derrota de Saddam en la guerra del Golfo. Sus 20 millones de habitantes sufren cada vez más a causa del boicot. Hay escasez de alimentos y sobre todo de medicinas, pero no se escucha ninguna critica del pueblo al dictador; y sus adversarios en el exilio están enfrentados entre sí. Sin embargo, la caída de Hussein podría tener su origen justo donde comenzó su ascenso: en el seno de la familia, del clan.
Tres familias de Takrit forman el núcleo duro del clan de Saddam
Su complicada red de matrimonios dinásticos y nepotismo, tejida inteligentemente durante décadas, ha comenzado a rasgarse en los últimos años. Tres familias de Takrit emparentadas por matrimonio constituyen el centro de la trama: el clan de su madre, Subha, y los de sus dos esposos, es decir, los clanes de Madschid y de Hassan. Kairallah , hermano de Subha, había comprometido a Hussein con su hija, Sadshida, cuando éste tenía cinco años; la primera esposa de Saddam es, por tanto, prima suya. Tienen cinco hijos. Udai, el mayor, se casó con una hija de Barzan, hermanastro de Saddam por la rama de Hassan; su otro hijo varón, Kusai, se casó con la hija de uno de sus generales; sus hijas Ragad y Rana contrajeron matrimonio con dos hermanos del clan Madschid. La menor, Hala, probablemente sigue soltera, mientras que su hermano Udai ha tomado como segunda esposa a una prima de 16 años, que viene del clan Madschid.
La política matrimonial de la casa de Saddam responde al nepotismo desenfrenado de dictador. Nombró a Kairallah alcalde de Bagdad; a su hermanastro Barzan, embajador en Suiza, dándole competencias en lo referente al comercio de armas y el mercado negro internacional; Watban, otro hermanastro suyo, se convirtió en ministro del Interior, al tiempo que Adnan, primo de Saddam, se hizo con la cartera de Defensa. Cuando se produjo su discutido accidente de helicóptero, otro primo de Saddam, Ali Hassan el-Madschid, ocupó el puesto vacante. Los dos yernos de clan de Madschid, Hussein Kamel y Saddam Kamel se encargaron de dirigir el suministro de armas y el servicio de seguridad.
Con el paso de los años, Udai, el preferido de Saddam, se ha ido pareciendo cada vez más a su padre, aunque su aspecto es más robusto y a la vez más terrible. En 1988, cuando ya se había ganado una reputación en Bagdad de peligroso play boy que no siente ningún respeto por la ley, se dio a conocer también en el extranjero a raíz de un tanto extravagante. Saddam se había enamorado de la joven maestra de su hija Hala. Su mensajero permanente con esta querida era un joven llamado Kamel Dschejo, hijo del cocinero privado de Saddam, astutamente nombrado su catador oficial. Udai, encolerizado con su padre porque hubiera engañado a su madre, pero sintiéndose impotente contra el, comenzó una pelea con Dschejo en una fiesta y le pateó hasta matarle en presencia de numerosos testigos. Saddam se enfureció y mando encerrar a su hijo durante tres días. Poco después Udai volvió a ejercer como embajador personal de su padre y como presidente del Comité Olímpico Nacional y de la Liga de fútbol iraquí.
Un antiguo sosias de hijo primogénito desvela los horrores de palacio
Algunos años más tarde, un joven llamado Latif Yahia al que Udai había obligado a operarse la cara huyó al extranjero; igual que su padre se hacía sustituir a menudo por dobles por miedo a los atentados, Udai también quería tener su sosia. Desde su exilio en Viena, Yahia describió el horror del mundo privado de Udai. El vástago de Saddam, al que su padre llevó de niño a presenciar mutilaciones y tormentos, tenía sus propias celdas de tortura en el sótano de Comité Olímpico Nacional.
La veracidad de estos informes resulta difícil de comprobar y quizás convenga mostrar cierto escepticismo. Muchos grupos, desde iraquíes en el exilio hasta los servicios secretos norteamericanos, tienen interés en pintar de la forma más horrorosa posible la imagen pública del dictador y su camarilla. Como por ejemplo, cuando Udai disparo sobre su tío Watban, un posible competidor por el poder con el que estaba enfrentado. La antigua hostilidad alcanzó su cima durante una reunión de la familia en Takrit, en agosto de 1995; Udai disparó siete veces a su tío en la pierna izquierda, que tuvo que serle amputada. Esa misma noche hicieron las maletas los yernos de Saddam Hussein, que eran partidarios de Watban: Hussein Kamel y Saddam Kamel el-Madschid huyeron a Jordania con sus esposas Ragad y Rana y los siete hijos de ambos en una comitiva de lujosos Mercedes.
Después vino la tragedia. En un primer momento, el rey Hussein de Jordania dio la bienvenida a los desertores y la CIA estuvo meses tratando de sonsacarles alguna información, pero más tarde se les declaró indeseables. Saddam envió a su mujer a Ammán con un mensaje personal grabado en vídeo en el que prometía perdonar la defección a sus hijas y a los esposos de éstas. En febrero de 1996, los Mercedes emprendieron el regreso. En la frontera, sonriendo detrás de la negra barba y unas gafas de sol, Udai esperaba a la familia que volvía al hogar. Al llegar a Bagdad, Hussein Kamel y Saddam Kamel fueron separados de sus esposas e hijos y retenidos en casa de un pariente.
Dos días después, los hermanos se enteraron por las noticias de televisión de que Ragad y Rana se habían divorciado de ellos, sin duda obligadas por Saddam. Otros dos días más tarde fueron asesinados. Esa madrugada, Udai y su hermano pequeño Kusai, al frente de un comando criminal, acabaron con los dos hermanos Kamel u por lo menos cinco niños. Hussein ordenó que se le informara detalladamente de lo que estaba ocurriendo a través de un móvil.
Desde la masacre, ya nada es lo que era en la familia del patriarca. Su primera esposa, Sashida, se ha recluido en Takrit. Sus hijas Ragad y Rana la han seguido, profundamente amargadas, traicionadas por la partida doble (y triple) por su padre y sus hermanos, los asesinos de sus maridos. Se dice que Saddam no les dejó llevarse a los niños para que no transmitieran su odio hacia él a los nietos. ¿Confía en reconciliarse con la próxima generación? ¿Se considera a sí mismo un padre firme, pero afectuoso?
Como en los dramas dinásticos de Shekespeare, Saddam Hussein ha alcanzado la cima del poder. Es astuto, cruel, inmoral, grande en su depravación, inteligente en su maldad. No sabemos si el dictador a leído a Ricardo III o Macbeth, pero sí conocemos el título de su película favorita: El padrino, cuyo protagonista, el jefe mafioso Vito Corleone, consigue todo lo que se propone a cambio de perder el amor de su familia. Como si quisiera rebelarse contra este destino, el padrino de Irak ha tomado recientemente una tercera esposa, una joven bailarina de la ciudad de Mosul. Su instinto de conservación le ha permitido sobrevivir hasta ahora a varios atentados frustrados. Pero su mejor protección, la solidaridad de la gran familia, está arruinada. Efectivamente, la amenaza vive dentro, tal como se puso de manifiesto en un atentado contra Udai. El 12 de diciembre de 1996 le alcanzaron ocho balas; cuatro desconocidos dispararon contra su Mercedes en el exclusivo barrio bagdadí de Mansour. Los pistoleros tuvieron que recibir información de alguien de la casa.
Cuando más crece la frustración de Udai, más peligroso se vuelve
Udai, probable sucesor del dictador, al que éste ha educado en el asesinato y el sadismo, tiene que andar con muletas desde entonces, porque su organismo rechaza el hueso artificial que se le implantó para sustituir el fémur destrozado. Tiene treinta y cinco años y está tremendamente frustrado. Apenas sale del hospital, ha matado a un guardaespaldas en un arrebato y le pegó un tiro a una joven con la que no pudo mantener relaciones sexuales. Además rebosa de odio hacia su hermano Kusai, porque este le denunció ante su padre tras el asesinato de su tío Watban, mostrándole material incriminatorio de su servicio de seguridad, lo que hizo que Saddam suspendiera a su hijo mayor de sus funciones.
De todos modos, el dictador ha vuelto a acoger con benevolencia al hijo descarriado. Udai es ahora más poderoso que nunca y utiliza su influencia para engrosar su cuenta corriente y la de su padre con dinero procedente del contrabando de petróleo, gasolina y cigarrillos. Tan bien lo ha hecho, que Saddam figure actualmente entre los cien hombres más ricos del mundo. Según la última edición de la famosa lista que publica la revista Forbes, posee “un patrimonio personal de casi un billón de pesetas”.
Aparentemente, a Saddam le va de maravilla y su pueblo le ama. O al menos eso es lo que él quiere que el mundo crea. El 28 de abril, Saddam celebro 63 cumpleaños a lo grande, convocando a multitudes que no pararon de ovacionarle. Pero Saddam no se deja arrullar tan fácilmente. Es mucho lo que está en juego; en primer lugar, su cabeza. Todas las noches tiene que cambiar de lugar de residencia y cuando está en Bagdad, vive en edificios fortificados, consciente de que sus enemigos más temidos no viven lejos en Estados Unidos, sino a su lado, allí donde nunca se encuentra. Este hombre nunca podrá vivir en paz.[11]
[1] En árabe quiere decir Renacimiento.
[2] BIOGRAFÍA SECRETA DE SADAM, pag. 61 Ediciones Tiempo, Madrid.
5Charles Dyer. BABILONIA ¡RENACE¡. pag. 97 y 98, 1991 Miami.
[3] Ahmad Rafat. BIOGRAFÍA SECRETA DE SADAM, pag. 38. Ediciones Tiempo, Madrid.
[4]Ibidem. pag. 33.
* Ediciónes tiempo, C.A. Madrid, España.
[5] Ahmad Rafat. Ob. cit. pag. 27 y 28.
[6] Diario EL UNIVERSAL, pag. 1-2 del 25-02-96, Caracas, Venezuela.
[7] Diario Ultimas Noticias, 09-05-96, pag. 57, Caracas, Venezuela.
[8] Diario EL UNIVERSAL, 09-11-97, pag. 1-6, Caracas, Venezuela.
[9] Daniel 8:23
[10] José López-Ibor Aliño. BIOGRAFÍA SECRETA DE SADAM, pag. 67-70, Ediciones Tiempo, S.A. Madrid.
[11] Rudiger Dilloo. Revista Muy Interesante, Biografías de Grandes Personajes, del otono el 2000, pag. 32 al 39, España.